"...and all in war with Time for love of you
As he takes from you, I engraft you new."
William Shakespeare, soneto 15.
Todo lleva tiempo. Hasta entender qué hacemos con el tiempo mismo nos consume horas. Hemos reemplazado horas de lectura de ficción por libros que nos ayudan a dominar el tiempo. Lecturas fragmentarias que se meten en los intersticios del día de trabajo para dejarnos consejos que, valga la redundancia, llevarán tiempo poner en práctica.
Lo interesante es que no nos preguntamos por las ideas -más o menos- filosóficas en las que se engarzan esos consejos. Sabemos poco, o casi nada, acerca de los autores de los libros. De hecho, se vuelven famosos por el número de ventas y reediciones. A veces, sí llegamos a conocer algún episodio más o menos significativo en sus vidas. Desde una simple conversación reveladora hasta la traumática irrupción de alguna enfermedad con valor de epifanía. Todo se desencadena por algo. Todos esos hallazgos sobre el tiempo tuvieron su big bang.
En mi caso, durante años perseguí las cosas que quería hacer. Tuve la fortuna de encontrar momentos en los cuales lo que debía, quería y convenía hacer comulgaron casi sin mi ayuda. Hubo años de eso que algunos llaman flow. Si no es la felicidad, yo diría que se le parece mucho.
Pero el tiempo, o quizás la acumulación de cosas, mi propio addendus como lo expresé en el preámbulo de este blog, me llevó a toparme con los límites y vivenciar la tiranía del tiempo. Sumemos otro factor: un espíritu reacio a cambiar de gustos, más bien a ampliar el abanico de intereses. Entonces: el inevitable choque: no se puede hacer todo. O no todo el tiempo. O bien, bueno, así empezó mi búsqueda de lecturas sobre cómo alterar mi dieta de tiempo.
Hoy me siento un poco embarcada en una quimera. ¿Se podrá volver a esa sensación de equilibrio perdida? Si renunciar a encontrarla no es opción para mí, ¿Cuánto tiempo me llevará buscarla? Si el tiempo fuera una vid, yo me la paso podando sarmientos, esperanzada con que vuelvan a dar fruto.