Cuando era chica, me fascinaba la colección de revista de Selecciones de Reader's Digest. Una de mis tías tenía un armario con años y años de esas diminutas revistas. Se las prestaba a mi mamá y yo me apoltronaba a la hora de la siesta a leer y explorar una variedad de temas. Así descubría autores o temas que me interesaban.
Años más tarde, recuerdo ese ejercicio de descubrimiento en las bibliotecas. En especial, la Biblioteca del Centro Lincoln que estaba en la calle Florida era uno de mis reductos favoritos. El ambiente era ideal. Recorrer los estantes y descubrir obras. O tomar el libro que otro había dejado en la mesa donde exploraba mis opciones.
La idea de cierre de una biblioteca me da tremenda tristeza. Pero, lo cierto es que ya no voy a bibliotecas. Contradicciones.
Esos antiguos descubrimientos cambiaron de escenario. Mi refugio favorito para descubrir lecturas es la librería del Ateneo Gran Splendid. Quizás, una de las más lindas del mundo. Allí hay mesas ratonas y sillones donde otros lectores dejan sus selecciones. Siempre alguna me tienta a curiosear. Jamás terminé comprando uno de esos libros, pero la mente juega con ellos.
Sin dudas, la mayor parte de mis lecturas hoy proviene de internet. Mi disco rígido está plagado de pdfs que no siempre llego a leer. Hay una voracidad en la adquisición de esas lecturas que contrasta con las horas de la siesta con el Reader's Digest. Hoy tenemos el acceso al mundo en la yema de los dedos. Las posibilidades de elección son casi infinitas. Esa adrenalina de acceder a todo tiene mucho de adictivo.
Se plasma en la conciencia la imposibilidad de leerlo todo, la necesidad de tomar decisiones sobre qué leer y hasta dónde. El arte de diseñar nuestra edición de selecciones.