Leyendo esta nota sobre la lectura lenta pensaba cuánto han cambiado mis hábitos de lectura. Leo, de todo, todo el tiempo, pero casi siempre en una pantalla. Pantalla cada vez más chiquita. En estos últimos años pasé de la PC a la netbook y, por estos días, leo en el celular. Este post lo estoy escribiendo en mi celular con la ayuda de un teclado bluetooth.
Cuánto hace que no leo una novela, un clásico edición pocket de tapa blanda. Esos libros que se llevan, o se llevaban, a todos lados. La nota cuenta que los británicos ya no leen tantos clásicos y que se lamentan porque no han leido La guerra y la paz. Yo tampoco la leí aún. Yo también lo lamento.
Lecturas fragmentarias en medio de un día de multitasking. Al día siguiente, igual.
Confieso que me cuesta leer libros por fuera de las lecturas obligatorias que hago para el traductorado de inglés. Leer novelas por puro placer. Tener el tiempo. O, lo que es más importante, el espacio mental tranquilo para ocuparlo a intervalos regulares con las ficciones de otras vidas que puedan enriquecer la propia.
Antes, era natural. Ahora, hay que proponérselo. Y eso solo no basta. Hay que reentrenar la capacidad de ausentarse de todo, de un todo cada vez más complejo y elusivo a toda articulación y, entonces sí, poder perderse en un libro.